Elefante , Chile
Elefante , Chile
Weiwei es una novela taiwanesa. Y, como toda novela taiwanesa, habla sobre la mirada y los ritos de iniciación. Al amor, a la tragedia y a la escritura.
Partiendo de una residencia de escritores en un pueblo medieval de Francia perdido entre puentes, la narradora desanda las aventuras del presente y desenvuelve historias de un pasado que encarna o documenta. A cada paso, basculando entre la ambición de contarlo todo y la epifanía ante el relato del otro, surge la necesidad de replantear las formas. Y es que Weiwei, a la par de la narración, piensa y repiensa la materia de la escritura, de una escritura original que precede al acto mismo de escribir.
Weiwei, de Agostina Luz López, es un rompecabezas narrativo, virtuoso, sensible, experimental. Pero también el nombre una joven taiwanesa que cuenta la historia de dos chicas unidas por un flechazo romántico: “Una noche toman un vino blanco que compraron por algún lugar de Beijing y Li Mo le dice que ama a la gente de Beijing porque no tiene miedo de nada”.
Iosi Havilio.
Notanpuan, Argentina
La novela de Agostina indudablemente se sitúa del lado del mundo en el que rige lo oscuro, lo oculto, el caos, el hechizo: lo femenino. Como impulso, como fuerza.
No en vano el marco del relato, el presente desde el que escribe y recuerda Maria, la narradora, es un Castillo en el Viejo mundo. Un Castillo solo habitado por mujeres, que cuentan cosas, que se cuentan cosas. Un Castillo por el que se deambula de día y de noche, se habla en lenguas y del que se sale solo para querer volver.
Y en el medio, en esos relatos que escribe, la Amistad tiene cara de muerte, de accidente, de brote, de dolor y de amor también, el amor que también duele.
En la novela de agostina hay bosques, hay noche, hay hechizos, hay maldad; hay innumerables mujeres y dos hombres a los que se propone descubrir, viviseccionandolos.
El espíritu, el ser que convoca y construye a través de sus palabras es un ser femenino atávico, inmune a la corrección política del ser mujer, sino con todo el poder de la naturaleza que avanza y construye o destruye a su paso, como el agua, o como el fuego, que no se rigen ni se dejan juzgar por convenciones como bien y mal.
Romina Paula.